
Su condena al dominio que ejercían las compañias sobre la economía y la política de Honduras le trajo el ataque y la persecusión, que luego lo obligaría a exilarse en México.
Desde 1919 hasta 1932 ejerció el periodismo en varios países: en El Salvador, en Guatemala y en los Estados Unidos. Fue Cónsul de Honduras en Nueva York, secretario de la delegación hondureña a la Conferencia por la Paz, en Versalles, Francia. Contempló -y a la vez estudió- los grandes fenómenos políticos que sacudieron a la Europa revolucionaria, lo cual afianzó su pensamiento antiimperialista. Regresó a la patria, además de horrorizado por la "matanza más grande de la historia", decidido a luchar por la pacificación de Honduras.
Para
1933 lo encontramos exiliado en México, D.F., donde coincide con otros
hondureños, intelectuales y periodístas, entre ellos: Rafael Heleodoro Valle,
Martín Paz y Rafael Paz Paredes.
La
época que le toca vivir a Guillén Zelaya en México es heróica; es el momento en
que se lucha por la defensa de la dignidad y la soberanía; al mismo tiempo, la
humanidad vive una de las etapas más críticas: la bestia parda del nazifacismo
parecía que arrastraría al mundo a otro medioevo, lleno de inquisiciones,
terror y persecusiones. Guillén Zelaya escribe y participa en estas dos luchas,
sin olvidar la de su patria; camina paso a paso con su amigo y compañero de
ideas, Lombardo Toledano, en la movilización y organización de las masas y la
difusión de las ideas revolucionarias. Lo vemos en el periodo de fundación de
la Universidad Obrera de México, de la cual fue su catedrático; participa, con
Rafael Paz Paredes, en la fundación de El Popular, periódico en el cual escribe
desde su fundación hasta el 4 de septiembre de 1947, fecha de su
fallecimiento..
Guillén Zelaya no sólo ayuda en esta ciudad a organizar a los hondureños en su lucha contra la tiranía de Centroamérica, sino lo hace contra las de Franco, Hitler y Mussolinni. Llama a la lucha por una democracia que permita avanzar y organizar a los pueblos, el principal Honduras, donde la dictadura había desorganizado a los trabajadores.
"La unidad democrática debe ser nuestro primer paso salvador, y digo el primero, porque la emancipación de un pueblo no se logra exclusivamente con soluciones políticas. Los peones de la miseria serán siempre los esclavos de la ignorancia y la servidumbre. Lo anterior significa que, paralelamente a nuestra unificación democrática hayamos de consagrarnos a construir las bases del desarrollo económico, si queremos dar eficacia y permanencia a la sucesión pacífica de gobiernos emanados de la libre determinación popular. Las leyes, por sí solas, no importa cuan avanzadas, jamás podrían cambiar la trágica realidad que vivimos".
Guillén Zelaya no sólo ayuda en esta ciudad a organizar a los hondureños en su lucha contra la tiranía de Centroamérica, sino lo hace contra las de Franco, Hitler y Mussolinni. Llama a la lucha por una democracia que permita avanzar y organizar a los pueblos, el principal Honduras, donde la dictadura había desorganizado a los trabajadores.
"La unidad democrática debe ser nuestro primer paso salvador, y digo el primero, porque la emancipación de un pueblo no se logra exclusivamente con soluciones políticas. Los peones de la miseria serán siempre los esclavos de la ignorancia y la servidumbre. Lo anterior significa que, paralelamente a nuestra unificación democrática hayamos de consagrarnos a construir las bases del desarrollo económico, si queremos dar eficacia y permanencia a la sucesión pacífica de gobiernos emanados de la libre determinación popular. Las leyes, por sí solas, no importa cuan avanzadas, jamás podrían cambiar la trágica realidad que vivimos".
Cuando
en Honduras la dictadura de Carias Andino cerró las luchas pacíficas de las
masas, que pedían elecciones libres y retorno de los exiliados, ametralló a los
manifestantes. Guillén Zelaya ayudó a organizar al exilio para enfrentarse a la
dictadura por medio de las armas; en Honduras aparecieron focos guerrilleros y
amagos de una guerra civil; también escribió en El Popular varios artículos que
constituyen un manual de guerra de guerrillas.
Las
divisiones sectarias de la oposición y de los exiliados hicieron fracasar los
intentos por derrocar al dictador quien se consolidó en el poder. Guillén
Zelaya, en su prosa periodística y de análisis de la situación nacional de
Honduras -a pesar de ser ya un marxista- no caía en el sectarismo ni en el
marxismo romántico: "Las normas teóricas son ineficaces cuando no
corresponden, aún siendo en sí mismas, a la situación existente en el medio
escogido para aplicarlas o cuando faltan las oportunidades y los elementos para
darles validez, y no puede por eso prescribirse como panaceas." Ayudó a
elaborar -con Castañeda Batres, Medardo Mejía y otros dirigentes populares- un
equipo de intelectuales y trabajadores que, auxiliados por la CTAL y Lombardo
Toledano, se esmeraron por dar pensamientos y consejos al naciente sindicalismo
hondureño.
Años
después, en 1954, los trabajadores hondureños realizarían la gesta más grande
del presente siglo: la huelga bananera, que se convertiría en un verdadero
alzamiento popular contra los monopolios y las tiranías políticas.
Lo esencial
Lo esencial no está en ser poeta, ni artista ni filosofo. Lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo. El orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse transitoriamente satisfecho de su obra, de quererla, de admirarla, es la sana recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu limpio.
Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más. Todos representamos fuerzas capaces de crear. Todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo, desde el momento en que entramos a librar la batalla del porvenir.
El que construye la torre y el que construye la cabaña; el que siembra ideas y el que siembra trigo; el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el que fabrica la sandalia de sedas imponderables y el que fabrica la ruda suela que protege en la heredad el pie del jornalero, son elementos de progreso, factores de superación, expresiones fecundas y honrosas del trabajo.
Dentro de la justicia no pueden existir aristocracias del trabajo. Dentro de la acción laboriosa todos estamos nivelados por esa fuerza reguladora de la vida que reparte los dones e impulsa actividades. Solamente la organización inicua del mundo estanca y provoca el fracaso transitorio del esfuerzo humano.
El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo, vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu. Ambos son sembradores y en la labor de ambos va “in vivito” algo trascendental, noble y humano: dilatar y engrandecer la vida. Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo, son cosas admirables.
Tener un hijo y luego cultivarlo y amarle, enseñándole a desnudarse el corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, es también algo magnífico y eterno. Tiene toda la eternidad que es dable conquistar al conquistar al hombre, cualquiera que sea su capacidad.
Nadie tiene derecho de avergonzarse de su labor, ninguno de repudiar su obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo creador. Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno. Lo único necesario es batallar porque las condiciones del mundo sean propicias a todos nuestros semejantes y a nosotros mismos para hacer que florezca y fructifique cuanto hay en ellos y en nosotros.
La envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos. Ensanche y eleve cada uno lo suyo, defendiéndose y luche contra la injusticia predominante, en la batalla están la satisfacción y la victoria. Lo triste, lo malo, lo criminal es el enjuto del alma, el parásito, el incapaz de admirar y querer, el inmodesto, el necio, el tonto, el que nunca ha hecho nada y niega todo, el que obstinado y torpe cierra a la vida sus caminos; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre con su esfuerzo su alegría y la de los suyos, el noble, el bueno, para esa clase de hombre tarde o temprano dirá su palabra de justicia el porvenir, ya tale mentes y cincele estatuas.
No tenemos derecho a sentirnos abatidos por lo que somos. Abatirse es perecer, dejar que la maldad nos arrastre impune al desprecio, a la miseria y a la muerte. Necesitamos vivir en pie de lucha, sin desfallecimientos ni cobardías. Ese es nuestro deber y esa es la mayor gloria del hombre. No maldigamos, no desdeñemos a nadie. No es esa la misión de nuestra especie; pero no tengamos tampoco la flaqueza de considerarnos impotentes.
Nuestra humildad no debe ser conformidad, ni renunciamiento, ni claudicación, sino grandeza de nuestra pequeñez que tiene la valentía de sentirse útil y grande frente a la magnitud del Universo. Esa es la cumbre espiritual del hombre.
Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más. Todos representamos fuerzas capaces de crear. Todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo, desde el momento en que entramos a librar la batalla del porvenir.
El que construye la torre y el que construye la cabaña; el que siembra ideas y el que siembra trigo; el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el que fabrica la sandalia de sedas imponderables y el que fabrica la ruda suela que protege en la heredad el pie del jornalero, son elementos de progreso, factores de superación, expresiones fecundas y honrosas del trabajo.
Dentro de la justicia no pueden existir aristocracias del trabajo. Dentro de la acción laboriosa todos estamos nivelados por esa fuerza reguladora de la vida que reparte los dones e impulsa actividades. Solamente la organización inicua del mundo estanca y provoca el fracaso transitorio del esfuerzo humano.
El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo, vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu. Ambos son sembradores y en la labor de ambos va “in vivito” algo trascendental, noble y humano: dilatar y engrandecer la vida. Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo, son cosas admirables.
Tener un hijo y luego cultivarlo y amarle, enseñándole a desnudarse el corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, es también algo magnífico y eterno. Tiene toda la eternidad que es dable conquistar al conquistar al hombre, cualquiera que sea su capacidad.
Nadie tiene derecho de avergonzarse de su labor, ninguno de repudiar su obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo creador. Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno. Lo único necesario es batallar porque las condiciones del mundo sean propicias a todos nuestros semejantes y a nosotros mismos para hacer que florezca y fructifique cuanto hay en ellos y en nosotros.
La envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos. Ensanche y eleve cada uno lo suyo, defendiéndose y luche contra la injusticia predominante, en la batalla están la satisfacción y la victoria. Lo triste, lo malo, lo criminal es el enjuto del alma, el parásito, el incapaz de admirar y querer, el inmodesto, el necio, el tonto, el que nunca ha hecho nada y niega todo, el que obstinado y torpe cierra a la vida sus caminos; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre con su esfuerzo su alegría y la de los suyos, el noble, el bueno, para esa clase de hombre tarde o temprano dirá su palabra de justicia el porvenir, ya tale mentes y cincele estatuas.
No tenemos derecho a sentirnos abatidos por lo que somos. Abatirse es perecer, dejar que la maldad nos arrastre impune al desprecio, a la miseria y a la muerte. Necesitamos vivir en pie de lucha, sin desfallecimientos ni cobardías. Ese es nuestro deber y esa es la mayor gloria del hombre. No maldigamos, no desdeñemos a nadie. No es esa la misión de nuestra especie; pero no tengamos tampoco la flaqueza de considerarnos impotentes.
Nuestra humildad no debe ser conformidad, ni renunciamiento, ni claudicación, sino grandeza de nuestra pequeñez que tiene la valentía de sentirse útil y grande frente a la magnitud del Universo. Esa es la cumbre espiritual del hombre.